Ató con fuerza los dos extremos y se sentó en el medio asiéndose con fuerza en los dos ramales del columpio. Empezó a mecerse con fuerza y fue meciéndose con un impulso que parecía infinito intentando tocar el cielo. A medida que ganaba altura cerró los ojos y se dejó llevar por la suavidad del balanceo sintiendo sobre su cara la fresca brisa que venía del mar.