El anuncio
Es enorme la atracción que siempre han generado sobre mí esos altos torreones publicitarios que crecen a las afueras de las ciudades. A cuál más alto, luminoso y llamativo, peleando entre ellos en busca de las miradas de los conductores, al igual que pelean los altos árboles para sobresalir en la cúpula de la selva para conseguir el mayor número de rayos solares posibles.
De noche son espectaculares faros que nos intentan atraer como mosquitos hacia la luz para seducirnos a gastar nuestro dinero.
Pero de cerca son más espectaculares todavía. Se nos representan como imponentes escaleras al cielo, donde se encuentra el origen y el fin. Recortados sobre el negro cielo de los exteriores de las ciudades me recuerdan a grandes naves espaciales vagando por el espacio a la espera de contactar con otra civilización incauta que se sienta irremediablemente atraída por su hipnótica y fascinante luz.
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Pero de cerca son más espectaculares todavía. Se nos representan como imponentes escaleras al cielo, donde se encuentra el origen y el fin. Recortados sobre el negro cielo de los exteriores de las ciudades me recuerdan a grandes naves espaciales vagando por el espacio a la espera de contactar con otra civilización incauta que se sienta irremediablemente atraída por su hipnótica y fascinante luz.